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Como gato panza arriba



"Y en asunto de mujeres ¿cómo te trata la vida?
-me defiendo, me defiendo como gato panza arriba."
Carlos Mejía Godoy


El Cantautor nicaragüense Carlos Mejía hizo famoso este estribillo de la canción que alude a Clodomiro, el ñajo, personaje de la tradición popular que entre otras cosas, su euforia es incomparable cuando asiste a los partidos de béisbol. No sabemos con certeza si la frase es de Clodomiro o es el ingenio del músico quien le imprimió realismo mágico a la letra. Apartándonos de ambos personajes.
Cuántas veces no hemos estado en una situación que nos sentimos acorralados y estamos literalmente como gato panza arriba? Con uñas y dientes afilados dispuestos a defendernos o simplemente seguir un juego. 

El gato panza arriba es un estado normal propio de los mecanismos de defensa del ser humano. Todos cargamos una "mochila emocional" que según la situación, igual que el gato cósmico Doraemon, sacamos nuestras herramientas para defendernos de lo que consideramos que es un ataque, un señalamiento, una crítica o simplemente un punto de vista distinto.

Estas herramientas, las usamos igual que el juego: piedra, papel o tijera. Tenemos el prejuicio de quien tiene una herramienta distinta a la nuestra, o nos corta, o nos envuelve o nos quiebra nuestros esquemas, ideas o maneras de hacer determinada cosa. Estas adversidades se gestan en nuestros pensamientos ocultos el cual en la mayoría de los casos, tiene su asidero en el miedo. Temores infundados que nos obligan a defendernos, empecinarnos, apoltronarnos en nuestra zona de confort, porque si hay algo que más le cuesta al ser humano es cambiar sus pensamientos y por tanto su manera de actuar.

Esto obedece también a nuestras "zonas vulnerables" aquellas que a vista y paciencia nuestra son una fortaleza pero para otros son nuestro talón de Aquiles y cuando estos sentimientos afloran sacamos las uñas para estar listos antes que nos den el primer zarpazo.

¿Por qué nos aferramos tanto a nuestras ideas? ¿Por qué nos cuesta reconocer que hay maneras distintas de ver un paisaje? A veces nos anclamos a nuestros pensamientos y conductas porque ello nos da poder y control. Poder de creer que la verdad es nuestra y absoluta. Control porque queremos tener siempre la razón en todo y ofrecemos discursos democráticos pero en la práctica somos verticales y autoritarios.

Pocas veces nos damos la tarea de vaciar ese equipaje y sacar todo lo innecesario, aquellos usados pensamientos, rancios y enmohecidos que no nos permiten ser feliz. No había retomado esto hasta hace unas semanas atrás que un amigo dijo en una reunión: Es que Madeline es neurótica. No lo tomé a mal, porque sé que solo un neurótico podría reconocer a otro. Después de este comentario, hice un inventario de todo aquellos cofres emocionales que he cargado llenos de naftalina y que definitivamente no me comprarían en las tiendas de ropa de segunda.

Conozco personas que viajan ligero, sin mucha carga de culpas, ni preocupaciones que los alteren. Es que nuestra conducta, desde niños nos forman con dos rayos paralizantes: la culpa y el miedo. Miedos que nos hacen personas inseguras, controladoras y esquemáticas.

Queremos que nuestra fórmula de hacer y decir las cosas es como la de la Coca-cola, única, irreemplazable y que hará feliz a todo el que tome un sorbo. No es verdad. Es solo una falsa ilusión de no darnos y darles la oportunidad a otros de expresarse libres, decir lo que sienten y les molesta.

Ayer conversaba con una excelente poeta y un ser humano extraordinario, somos de generaciones distintas, pero su sinceridad y certeza para poner los puntos sobre las íes, me llevó a reflexionar y entablar este diálogo con quienes no sólo cargamos con nuestra mochila emocional, sino que la del marido, los hijos, novio, familia, amigas.

Hablamos de los apegos a los puestos, al dinero, a las ideas obtusas que solo quieren demostrar que ejercen cierto poder y control hacía los demás, pero que solo son una prueba de estar siempre como gato panza arriba defendiendo una posición que no queremos soltar, no queremos dejar que otros realicen, que otros aporten, opinen, destruyan, reconstruyan y empiecen nuevos planteamientos, nuevas iniciativas. En eso radica la dialéctica, cambio, ruptura, crecimiento y desarrollo.

Los clichés festivos nos venden la lista de propósitos que debemos hacer para año nuevo como si se tratase de un checklist por cumplir. ¿Para qué posponer si podemos empezar hoy, aquí, ahora? Tiremos el lastre que nos hunde y no nos deja flotar livianos.

Soltemos amarras y dejemos que sea el viento que nos bañe de nuevas oportunidades, hagamos una venta de liquidación con todos los tiliches viejos que no ocupemos para no seguir pagando altas cuotas por ser quienes somos.

La vida es un efímero suspiro, no la compliquemos más de lo que es. No vale la pena que las personas que se quieren, estiman, admiran, respetan pierdan el tiempo, dejen escurrir la felicidad por no querer ni cortarse ni limarse las uñas y cambiar de posición para jugar. Al final, mientras dure el juego divertirse es lo que cuenta.

















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