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Gata encerrada...en un cuarto propio (con llave original)



"El único misterio sobre el gato es saber por qué ha decidido ser un animal doméstico" Compot Mackenzie


Siempre me he hecho la misma pregunta y la conclusión a la cual llego es que los gatos se dejan domesticar cuando ellos quieren porque cuando no, simplemente se van. Esto me recuerda la entrañable amistad entre el zorro y el Principito, el zorro le explica que el significado de domesticar es crear lazos. Crear lazos es una palabra muy olvidada, escribe en el diálogo Saint Exupéry. Desde otra perspectiva, domesticar es ser sumiso, dejar tu naturaleza salvaje, indómita.

¿Hemos olvidado cómo atar lazos o en realidad lo que hacemos son nudos ciegos y marañas en las relaciones? 

Las relaciones, igual que el estambre con el cual juegan los gatos, son una enredada y compleja madeja de emociones, frustraciones, sentimientos y conflictos no resueltos que compartimos con quienes pensamos serán los "Penélopes" que destejerán nuestro embrollo pasional. Hoy estoy muy psiquis, psiquis porque estoy preparándome para conversar, este 18 de noviembre, acompañada de dos mujeronas, Gioconda Belli  y Sofía Montenegro  sobre "Un cuarto Propio" ensayo de la escritora Virginia Woolf, en el próximo libro foro, organizado por PEN-Nic.



El ensayo fue muy revelador para la época, lo cual le mereció a la Woolf  ser un icono del planteamiento feminista del siglo XX. No obstante, hoy en día me pregunto ¿qué tanto las mujeres hemos logrado esa habitación propia? o estamos como el adagio "Hay gata encerrada en un cuarto propio y las llaves originales tienen dueño".  Virginia Woolf, utiliza la simbología del cuarto propio, como ese íntimo espacio que debemos poseer las mujeres para disfrutar nuestro mundo, nuestro encerradero para la ira, las lágrimas, la creación o escondernos del impetuoso ruido. 

Sabemos que en la práctica, esto no sucede así,  porque aunque interioricemos, conceptualicemos y divulguemos ese derecho a un espacio, en la realidad pura y dura, nos encanta estar domesticadas y enrranchadas con nuestro tigre suelto por la casa, porque además de la dependencia económica que padece el género, la codependencia emocional aniquila cualquier discurso de emancipación que queramos apenas balbucear.

Conseguir ese cuarto propio por nuestros méritos no es fácil  en un contexto donde las mujeres aunque logren solvencia económica, siempre dependemos de la opinión de los demás, de la familia, de las amigas, o pareja, desacreditando completamente nuestro primer "templo" que es nuestra mente, espíritu y cuerpo.  

Por tanto, ese cuarto propio se convierte en "un castillo en el aíre" que pasa a ser nada más que una aspiración retórica que no logra derribar ese muralla emotiva donde las mujeres seguimos encerradas en la torre esperando al príncipe azulado que perpetúe forever and ever nuestros cenicientos sueños. Pero cuando tenemos al consorte dizque domesticado o al menos en casa, pensamos que nuestra historia cambia de gris a rosado y las cuerdas del violín empiezan a sonar. Entonces para ¿qué el cuarto propio? No será mejor para nuestros escuálidos bolsillos rentarlo y de esa forma ocupar la plata en algo más concreto como un curso de manejo emocional.


Pero no es tan fácil salir también de ese oscuro aposento donde divagamos en la dualidad de construir el cuarto o encerrarse en él, quedarse sola o estar acompañadas, pedir, ceder o compartir nuestro espacio. Lo ideal sería construir ese lugar juntos, con ladrillos fraternos y de mutuo esfuerzo. No obstante, a las mujeres se nos educa a compartir lo nuestro, repartir lo que tenemos, nos educaron a dar y no recibir, mucho menos pedir. Pedir nuestro espacio, tenerlo, siempre se ha considerado un acto egoísta, antinatura dictado por los demás quienes se sienten dueños hasta de nuestros pensamientos.

Virginia Woolf hace una enorme metáfora con el tema del espacio, porque el cuarto no solo es el lugar físico, es también el lugar donde se desarrollan nuestros pensamientos y emociones, los cuales por esa cultura de la doble moral y la represión, debemos amordazar con el velo de la censura. Es como si cargaramos una eterna burka que nos restringe a querer estar solas con nosotras mismas.

Los pensamientos y sentimientos nos pertenecen, así como también el derecho a expresarlos sin temor a incomodar o perder al "bien amado" que esbozó una imagen prefabricada de quienes somos o deberíamos ser.

Expresar mis sentimientos y pensamientos públicamente a través de la poesía o este blog, me costó que un Tigre de Bengala, rugiría furioso, a dentelladas y zarpazos rompiera el aro que ambos prendimos.

El precio que pagan las mujeres por ser quienes sea que sean, muchas veces suele ser alto: encerrarse en tu propio cuarto, con tus fantasmas, miedos y soledad. Como nos sentencia la Woolf:


"No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente".









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